Desde siempre el dilema ha sido este y lo prueba el escrito que transcribo textualmente a continuación, encontrado en estos días en una de las lecturas del librito Magnificat, una especie de misal pequeño para el mes, que trae las lecturas y el evangelio del día, además de otras oraciones complementarias.

Allí encontré unas consideraciones escritas hace más de ochocientos cincuenta años y en esencia, expresan en otras palabras lo mismo que había oído la víspera durante la Eucaristía celebrada en el Ave María, sede principal de las Comunidades de los Hijos y las Hijas del Fiat, quienes con la Madre Alicia a la cabeza, han sido nuestro soporte y punto de apoyo en Colombia, el segundo país en que iniciamos labores con Compass Católico Latinoamérica, a mediados de Julio del 2015.
Quiero que las lean, para a continuación hacer unas consideraciones adicionales que pueden servirnos en este momento un poco incierto por el Covid 19, para pensar cuál es la conducta a seguir ahora y en los próximos años, tanto en lo material como en lo espiritual.
El autor es el Beato Isaac de Stella, de origen inglés, quien fue el Abad cisterciense del Monasterio de Stella, Francia y murió en el año 1.178.
“DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU”
Todos los hombres, sin excepción, desean la felicidad, la dicha. Pero referente a ella tienen ideas muy distintas; para uno está en la voluptuosidad de los sentidos y la suavidad de la vida; para otro, en la virtud; para otro en el conocimiento de la verdad.
Por eso, el que enseña a todos los hombres comienza por enderezar a los que se extravían, dirige a los que se encuentran en camino y acoge a los que llaman a su puerta.
Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, endereza, dirige, acoge y comienza por esta palabra: “Dichosos los pobres en el espíritu”.
La falsa sabiduría de este mundo, que es auténtica locura, pronuncia sin comprender lo que afirma; declara dichosa la raza extranjera, cuya diestra jura en falso, cuya boca dice falsedades porque sus silos están repletos, sus rebaños se multiplican y sus bueyes vienen cargados.
Pero todas sus riquezas son inseguras, su paz no es paz, su gozo, estúpido. Por el contrario, la mano derecha del Padre, la boca que dice la verdad, proclama que son dichosos los pobres, destinados a ser reyes, reyes del reino eterno:
“Buscáis la dicha, y no está donde la buscáis; corréis, pero fuera del camino. Aquí tenéis el camino que conduce a la felicidad: la pobreza voluntaria por mi causa, es el camino. El reino de los cielos en mí, ésta es la dicha. Corréis mucho, pero mal, cuanto más rápido vais, más os alejáis de la meta”.
Lo anterior es una voz de alerta similar a lo expresado por Jesús hace dos mil años, por los apóstoles y por Pablo en el primer siglo de la Iglesia y por lo expresado por la Santísima Virgen en sus apariciones de París, Lourdes y Fátima, desde hace quinientos años.

En una situación como la que vivimos, de gran incertidumbre por no saber cuando será el fin de la cuarentena y el regreso a la normalidad, debido a que todo depende de encontrar una vacuna para prevenir y una medicina curativa para erradicar el virus de quienes se han contagiado, lo único cierto es la oración que nos pone en manos de Dios, para que Él sea quien maneje la situación general y nuestra situación particular.
La general, erradicando un virus que apareció de la nada y en pocos días se propagó por el mundo, La particular, dándonos la paz y la claridad que necesitamos en este momento, para mantener la calma y saber cómo manejar el día a día.
La Pandemia no hizo distingos de personas por su condición económica ni clase social ni conocimientos ni raza ni posición en gobierno o empresa. Llegó a todos los países a pesar de su capacidad de defensa, del tamaño de sus fuerzas armadas, de su tecnología, de su armamento poderoso, de su capacidad económica.
Quedamos en lo que somos: seres humanos indefensos, independientemente de raza, nacionalidad, clase social o religión que tengamos Todos igualados y dependientes de lo que Dios quiera hacer con nosotros.

Y es ahí donde debemos entender que nuestro refugio verdadero como católicos que somos, nuestra seguridad, está solo en Dios. La Virgen María en sus diversas apariciones, insiste en que oremos para reparar por todas las ofensas que hemos cometido al actuar mal y desentendernos de Dios, pues aunque Él es paciente y nos ha manifestado su amor y misericordia en todas las formas, tiene un límite y éste está llegando a su fin.
Tenemos que hacer conciencia, como lo hemos aprendido en Compass, que Él es dueño de todo y que en nuestra función de administradores, responsables de lo mucho o poco que nos ha dado para manejar, hemos sido con frecuencia descuidados y en cualquier momento nos puede llamar a cuentas y no hemos hecho los méritos para responderle bien.
Debemos tener presente que lo primero que nos ha dado desde nuestra concepción es un alma y con ella un cuerpo, que debemos utilizar correctamente, tanto en lo físico y mental, como en lo espiritual.
Y lo utilizamos correctamente si nos regimos por los principios de comportamiento que nos ha indicado en los Mandamientos, de modo que podamos dar cuenta de su buen manejo en cada momento de nuestra vida y particularmente al momento de nuestra muerte, pues es el indicador que determina cuál será nuestro destino final.

Escrito por: Samuel Calderón Salazar, director de Compass Católico, colombiano de nacimiento y actualmente viviendo en Pembroke Pines, Florida.