Si hay una parábola de Jesús que sintetiza gran parte de su predicación, es la parábola llamada del Hijo Pródigo, también llamada la del "Padre Misericordioso". En ella podemos descubrir dos grandes reacciones a lo que Jesús le ofrece a cada ser humano en su relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo. Se encuentra solamente en el Evangelio de San Lucas 15, 11-32.

Hay muchos temas de nuestro curso y de la subsiguiente consciencia generada por la experiencia compartida al reflexionar sobre la administración responsable de nuestros bienes (Tiempo, Talento, Tesoro) que se reflejan en dicha parábola.
Sería conveniente al comenzar un año ya teniendo las herramientas que el curso de Compass nos ha provisto (si aún no ha tomado el curso, puede inscribirse aquí) y las convicciones de fe que nos ha reforzado, darle una nueva ojeada a esta parábola.
Comencemos a escucharla, a contemplarla y sobre todo, a vivirla.
El contexto: una disputa sobre la verdadera santidad
Los fariseos murmuran contra Jesús porque “anda con pecadores y come con ellos” (Lc 15,2). Jesús les ofrece esta parábola para explicar su conducta al permitir que pecadores y recaudadores de impuestos se acercaran e incluso que coman en la misma mesa con Él.
“¿A quién se le ocurre, escoger, invitar y hacer partícipe del nuevo proyecto del Reino a un cobrador de impuestos que está al servicio del imperio romano, o de las autoridades autóctonas como Herodes; a un sometido al sistema, por decisión propia y por interés, que además es tenido como un traidor del pueblo y a nivel religioso es declarado como “pecador”, es decir, como separado de Dios y de la sinagoga por no cumplir la Ley (Torah) ni atenerse a las enseñanzas de los maestros oficiales del pueblo?" Pues si a nadie del pueblo se le ocurriría tal cosa, a Jesús sí.

Él aparece como un liberador que trastoca el sistema de evaluación social de las personas, supera las barreras de definición de la vida en una función (cobrador de impuestos) y abre un paisaje inédito para darle forma a otro modo de existencia.
Por increíble que parezca, ahí terminó una función social, un tipo de vida, un tipo de ser humano y nació otro; esa es la maravilla que provoca Jesús: nacer de nuevo de una vez por todas.” (P. Octavio Mondragón, curso de retiro para sacerdotes de San Juan, PR).
La santidad para un judío observante contemporáneo de Jesús en Palestina exigía unas reglas de comportamiento.
El lugar más santo para un judío del siglo primero era el Templo. De hecho, se tenía como fuente de la santidad del mundo, la única garantía de mantener el debido orden divino. “El Santuario del Templo era el lugar sagrado por excelencia; luego el área de los sacerdotes; en seguida el patio de los hombres, después el patio de las mujeres y finalmente en un espacio separado fuera del templo, el atrio o patio de los gentiles, no judíos, no creyentes o no practicantes de la Ley. Además, frente al patio de las mujeres, había letreros que amenazaban con la muerte por lapidación a quien siendo no judío se atreviera a ingresar en la siguiente área de santidad.

Era como una especie de irradiación de santidad a partir del Santuario (Santo de los Santos hebraísmo que hoy significa: el lugar santísimo por excelencia) y tal santidad que irradia tenía que hacerse patente en las casas, sobre todo en las comidas, en las relaciones sociales tanto con la gente del propio pueblo como con otro tipo de personas que no guardaban o no le daban importancia a los ámbitos de santidad.
Si algún judío, practicante de la santidad del Templo, por casualidad, por descuido o por decisión admitía a una persona –profana- en su casa; quedaba impuro, no podía asistir ni al templo ni a la sinagoga hasta que se purificara de tal transgresión a la Santidad del Templo y de Dios.” (cfr. P. Octavio Mondragón, curso de retiro para sacerdotes de San Juan, PR)
Dichos sea de paso, aún en nuestros tiempos, los judíos ortodoxos siguen conservando prácticas que refuerzan su identidad como pueblo: no comen con cualquier persona, no comen cualquier cosa (tiene que ser kosher) y no comen en cualquier lugar.
Este compartir con impuros pecadores es el escándalo que la conducta de Jesús provoca entre los judíos más observantes, expertos en la ley (que era para ellos la expresión de la voluntad divina). Esa actitud de ellos es la que asumirá el hijo mayor de la parábola… Y por eso la parábola queda como inconclusa, porque los oyentes tienen que actuar, decidir, no opinar… si van a aceptar la santidad (la nueva intimidad con el Padre Dios como hijos) y la verdadera religiosidad según Jesús.

Escrito por:
Monseñor Fernando Felices Sánchez
Párroco Parroquia La Gruta de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, en Trujillo Alto, Puerto Rico.